🎧 ¿Sin ganas de leer? Escucha la versión auditiva aquí ↑ o en Spotify
Imagina que existe una máquina que te dice cuál es tu propósito de vida. Metes una monedita y a cambio saca una tarjeta con tu destino escrito en ella, así de fácil. ¿Qué crees que pondría? Quizá te tocara un sueño que dejaste ir de niña, como “bailarina”, “astronauta” o “pintora”. Quizá te saliera el camino en que ya estás, como “profesora”, “abogada” o “funcionaria”. Quizá tu verdadero potencial se encontrase en algo que nunca hubieses caído, como “prestidigitadora”, “camionera” o “micóloga”. Saliera lo que saliera, para algunos saberlo sería un alivio, para otros una maldición.
¿Y si tu propósito fuese una mundana decepción que te confirmara que tu vida no vale más que esto? ¿O algo tan inalcanzable que te hiciera sentir diminuta al lado de tamaña expectativa?
Creo que todos usaríamos esa máquina, aunque fuese por mera curiosidad, igual que a veces echamos un ojo a nuestro horóscopo o realizamos tests tontos sobre qué tipo de queso nos representa (yo me debato entre brie y gorgonzola). También creo que, tras usarla, la mayoría desearíamos no haberlo hecho.
Lo primero que quise ser en la vida fue juez, debía tener cuatro años. Sin embargo, cuando me enteré de que los jueces no llevan pelucas blancas, se me pasó el interés. Después quise ser espía. Me alegro de no ser espía, soy demasiado olvidadiza y despistada, miedo me da un mundo donde la seguridad internacional depende de mí. Más tarde me empeñé en ser arquitecta y diseñadora de interiores, fantasía que he cumplido en Los Sims, donde construyo unas casas preciosas. Y luego vino lo de escribir, cuando tenía como 12 años. Al parecer, la mayoría de sagas de fantasía escritas por niñas que acaban de tener la menarquia están plagadas de romanticismo barato. ¡Por favor, si hasta caí en el cliché del gemelo malvado!
Te cuento todo esto porque hay personas que parecen tener todo clarísimo y nos dan un poco de envidia. Me resulta hilarante saber que yo misma he sido esa persona para otras personas, porque no hay un solo día en que no me sienta perdida. Nadie ha querido ser solo una cosa en su vida, nadie nace teniendo claro lo que busca, e incluso cuando encuentras algo que te llama la atención, lo normal es que des mil rodeos hasta alcanzarlo, que desistas en el proceso o que ni lo intentes.
Es fácil dejar ir los sueños, ya que cuesta mucho menos soñarlos que cumplirlos.
Hay sueños que deseamos tanto que el dolor que provoca su ausencia es insoportable. Se nos enquistan, envenenan nuestro interior y nos convierten en seres cínicos, amargados. Cuando alguien te dice que nunca cumplirás aquello que te propones, es bastante probable que se esté recordando a sí mismo lo que no pudo ser. A estas personas me suelen dar ganas de abrazarlas y decirles que desear no es nada malo. Nadie merece vivir con su esperanza sofocada.
La mayoría no cumplimos nuestros propósitos, ni los de Año Nuevo, ni los de vida. La mayoría no tiene siquiera un propósito, simplemente tira pa’lante, día a día, respirando. Los caminos que envidiamos están llenos de gloria, de brillo, de reconocimiento. Nadie sueña con una vida corriente y repetitiva en la que madruga a las siete y media, se cepilla los dientes con su dentífrico de marca blanca, coge el metro, pasa ocho horas en un sitio que le da igual, coge otro metro, se hace un maratón de Netflix, cena sobras recalentadas y vuelta a empezar.
Nadie sueña con esa vida, pero la mayoría de vidas son así y muchas personas son más felices en ellas que otras personas con vidas “llamativas”.
¿Por qué nos resulta tan miserable lo mundano? Como si vivir una vida cualquiera fuese un insulto a nuestra existencia, un indicativo de que nos hemos “conformado”. ¿Conformado con qué? ¿Con un salario decente? ¿Con viajar dos veces al año? ¿Con ver a tus amigas los sábados? ¿Con una pareja monógama? ¿Con que tu mayor ilusión sea el estreno de la nueva temporada de los Bridgerton?
La estabilidad es de esas cosas que se infravaloran cuando se tienen, pero se llevan por delante todo lo demás cuando no.
🚨 Antes de continuar, me veo en la obligación de matizar que estas reflexiones solo son aplicables en un marco de privilegio en el que se disponga de cierta solvencia económica y no haya limitaciones físicas o mentales de por medio. Esto no quiere decir que por estar en una situación desfavorecida, los propósitos importen menos y se deban dejar de lado. Eso es lo que el capitalismo busca, que quienes están mal no olviden que “están mal, así que para qué intentar nada”, porque solo permaneciendo ellos abajo, los de arriba seguirán arriba. Sin embargo, es cierto que no es lo mismo hablar de sueños y propósitos cuando tienes tus necesidades medianamente cubiertas, que cuando estás peleando por sobrevivir. Fin del disclaimer. 🚨
Prosigamos.
Ningún propósito vale más o menos que otro. Es igual de respetable soñar con cantar en un estadio de fútbol, que soñar con plantar un huerto en tu balcón. Aun así, hay una tendencia a jerarquizar los propósitos y si los que tenemos no nos parecen lo suficiente relevantes (por mucha ilusión que nos haga ese huerto), los dejamos de lado y nos ponemos lo que he bautizado como “sueños comodín”.
Los “sueños comodín” son propósitos estandarizados que suelen tener que ver con profesiones creativas extremadamente idealizadas. Si alguien siente que sus propósitos no son lo suficiente atractivos, es posible que adopte un sueño comodín, aunque en el fondo no le interese.
Me atrevería a afirmar que la escritura es el sueño comodín más común. ¿Sabías que un 80% de las personas asegura fantasear con escribir un libro? Cuando luego vemos que solo un 15% de ellas empieza realmente a escribir (y de este 15% que empieza, solo termina un 3%), lo que sacamos en claro es que el 85% de las personas que dicen querer escribir un libro es posible que no lo deseen tanto como creen.
No es lo mismo que te resulte atractiva la idea de hacer algo, que disfrutar haciendo ese algo.
A menudo, cuando digo que soy escritora y que fui ilustradora, hay personas que me confiesan en privado que les frustra no dedicar sus vidas a las letras o al arte. Gente que sueña con profesionalizar sus aficiones, que desearía atreverse a publicar sus poemas, tocar el piano en conciertos, vender acuarelas o diseñar videojuegos. Lo cierto es que hay una diferencia abismal entre hacer algo solo cuando te apetece, que hacerlo cada día por obligación. Aunque disfruto inmensamente escribiendo historias, lo disfrutaba más como hobby, cuando no tenía expectativas ni presiones.
Incluso el trabajo soñado sigue siendo un trabajo.
Yo lo comparo con estar en un sitio como turista o vivir ahí como local. Viniendo de Canarias es algo que veo bastante, gente que me pregunta incrédula por qué me marché del “paraíso”, si sus vacaciones de doce días en un apartamento en primera línea de playa fueron maravillosas. Como me gusta recordar: en Tenerife también llueve y se madruga.
Siempre me gustó el dibujo, pero ser ilustradora fue mi sueño comodín. Tras ser explotada como periodista, renuncié por agotamiento a mi verdadera ilusión (ser escritora); el dibujo me gustaba y no se me daba mal, por lo que me propuse vivir de ello. Quizás en ese momento lo deseara de verdad y ahora, desde el presente, me digo que fue un comodín. Sea como sea, lo cierto es que una vez conseguí ser ilustradora, pasado un tiempo vi que no me llenaba. Hay aficiones que es mejor que se queden como tal, y no pasa nada. No me arrepiento de haber probado esa vida, pero reconozco que me gustaba más la idea de dibujar, que dibujar.
Los propósitos cambian con nosotros, e igual que dejamos de ponernos la ropa que ya no nos cabe, debemos dejar ir esos propósitos que ya no encajan con la persona que somos en el presente.
Es difícil reconocer que el camino que creíamos que nos haría felices, en realidad no nos llena, y frustra ver el tiempo que se ha dedicado a ello como un “desperdicio”. Durante una época pensaba mucho en dónde estaría ahora si nunca me hubiera apartado de la escritura, si me hubiera centrado en ello tras estudiar Periodismo, en lugar de pasar años y años dibujando… para luego decidir volver a escribir. ¡Tantos rodeos para terminar donde empecé! Pero es posible que en esa vida en la que solo escribo, tenga clavada la espina del dibujo o que mi novela no exista, porque para escribirla tuve que pasar por donde pasé.
Preguntarte dónde estarías ahora si hubieras elegido otro camino es un juego peligroso que consume a todo el que lo juega demasiado.
Según mi experiencia, el rasgo más acusado de la depresión es la ausencia de propósito. Ese vacío que se traga toda ilusión, esa desazón que nada sacia. He tenido épocas así, de absoluta apatía, y me atrevería a decir que regresar a ese estado es lo que más temo.
La vida necesita un rumbo que le dé sentido. Hay personas que recurren a la espiritualidad como brújula, hay quienes se ponen como meta levantar todos los pesos del gimnasio. Durante mi veintena, mi principal objetivo fue laboral, daño colateral del capitalismo que nos rodea. Es posible que justo por eso me llevara tanto tiempo reconocerme a mí misma que no quería dibujar, sino escribir. Una vez me metí en la ilustración, mi único propósito fue “conseguir vivir de ello”. Objetivo que ahora, con la escritura, he vuelto a adoptar.
Y no me gusta, no me gusta nada. No solo porque “vivir de ello” prioriza el capital a la acción creativa, sino también porque sé que una enorme parte de mí necesita que me profesionalice para validarme. La trampa dentro de esta mentalidad es que conlleva la nulidad de mi condición de humana: dejo de ser persona para convertirme en mecanismo de producción. Menos descanso = más trabajo = más posibilidad de éxito = más validación. Esta correlación es tan tóxica como imaginaria.
Primero, porque no voy a ser más feliz si dejo de dormir bien, quedar con amigas, tener vacaciones y ver series que me encantan, solo para pasarme el día escribiendo.
Segundo, porque si vivo así, todo lo que escriba será una mierda. Para “tener éxito” escribiendo primero debo escribir algo medianamente decente; si me vuelvo una miserable agotada con el cerebro hecho papilla, la cosa está difícil.
Tercero, porque la meritocracia no existe. Por mucho que me esfuerce es posible que nunca consiga vivir de mis historias. No por ello dejaré de esforzarme, pero sí me recordaré que puedo esforzarme sin quemarme, ya que mi “éxito” depende también de factores ajenos a mi esfuerzo.
Vamos, que me estoy reformando. Estoy haciendo el ejercicio consciente de cambiar mi mentalidad y con ella mi propósito. Que deje de ser “conseguir vivir de mis historias” (algo que, por otro lado, si logro tampoco me voy a quejar) y pase a ser “conseguir conectar con mis historias”.
A principios de primavera conté con varias lectoras beta a quienes confié Queratina. Ver cómo otras personas fangirlean, se emocionan y reflexionan sobre algo que hace dos años solo existía en mi imaginación, es un sentimiento indescriptible. Gracias a ellas, recordé por qué empecé a escribir ficción con 12 años: para explicarme la vida y entretener al resto con mis conclusiones. Quién sabe, tal vez si usase la máquina que te dice tu potencial en mi tarjeta pondría “filósofa”.
¿Dirías que te conoces bien? Yo intento cada día conocerme más. Me he dado cuenta de que toda mi esencia se basa en pensar mucho y exponer esos pensamientos ante los demás con la esperanza de que encuentren partes de ellos mismos en mis palabras, vivencias, historias. Por eso escribo esta newsletter y por eso la ilustración nunca me terminó de saciar (aunque mis dibujos eran bonitos, no “decían” nada). Este trabajo de introspección no es fácil y solo lo acabaré el día que me muera, pero cuanto mejor me conozco, más claro tengo hacia dónde dirigirme.
Si no sabes hacia dónde dirigir tu vida, te recomiendo que dediques tiempo a responder preguntas complicadas.
¿Cuándo me siento más plena? ¿Qué tienen en común esos momentos? ¿Qué siento que me falta? ¿Esa ausencia esconde otra ausencia aún mayor? ¿Lo que quiero es realmente lo que quiero o me he convencido de que lo sea? ¿Hago esto por mí o para poder decir que lo he hecho ante los demás? ¿Hay algo de lo que me arrepienta que pueda cambiar en el presente? ¿Entonces por qué no lo estoy cambiando ya?
La lista de preguntas es infinita, estos son solo algunos ejemplos para coger carrerilla. Creo que la mayoría de personas evitan hacerse preguntas porque temen a las respuestas. Darte cuenta de que no estás donde quieres, con quien quieres o trabajando en lo que quieres, no es fácil. Reconocerlo asusta, porque si lo reconoces tienes que elegir entre cambiarlo o acobardarte. Y la segunda opción es mucho más cómoda ya que la inacción no requiere de esfuerzo. No obstante, ser consciente de que no eres feliz, saber qué quieres cambiar, tener la capacidad de cambiarlo (detalle importante) y aun así decidir no cambiarlo, implica una culpabilidad interna, una deshonra personal que te devora por dentro. Por eso mucha gente prefiere, directamente, no hacerse preguntas. Sin preguntas, no hay dilema. Aunque tampoco realización.
Nadie nace marcado con un destino divino, ni nada por el estilo. Nuestra consciencia es una consecuencia evolutiva aleatoria, existimos un instante y luego dejamos de hacerlo. Pero ese instante… ese instante es nuestro. Y por eso merece la pena aprovecharlo.
Lo que hagas ahora con tu vida será irrelevante en cien años, mientras que hoy, en este momento, es de suma importancia. Cómo tratas al resto importa, cómo cuidas el huerto de tu balcón importa, cómo sudas en tus clases de zumba importa, cómo te manchas la camiseta cocinando tu plato favorito importa, cómo te ríes charlando con tu hermana importa, cómo te ilusionas por la nueva temporada de tu serie favorita importa, cómo vives importa y cómo sueñas con el futuro también importa.
Pienso en esa máquina que te dice cuál es tu propósito y no sé qué me daría más miedo que pusiera en la tarjeta. Me repito que no quiero “vivir la vida equivocada”, como si a mi disposición tuviera mil vidas y el hecho de estar en esta fuese fruto de mis cuestionables elecciones. Pero a la vez pienso que esas vidas imaginarias en las que hoy por hoy soy autora de bestsellers, o madre, o juez, o espía, no existen. Solo existe esta.
Esta mundana, maldita y maravillosa vida que vivo está plagada de errores. Pero aunque me arrepienta de algunos más que de otros, los volvería a cometer, porque para aprender tuve que errar.
Cambiar tanto de camino me enseñó que si quiero puedo volver a cambiar mi rumbo. Igual que quedarme donde estoy me enseñó que también hace falta valentía para elegir la estabilidad.
Pase lo que pase por mi sendero, el lugar al que me dirijo lo elijo yo, llegue hasta él o no. Sé que hay momentos en los que caerá la noche y parecerá que no voy a ningún lugar. También habrá épocas de tormenta, en las que la ropa me pese y mis pies se hundan en el barro. Otros días, el sol me permitirá ver el horizonte tan claro que correré con ganas para alcanzarlo. Así, en este viaje lleno de pausas, tropiezos y desvíos, me recuerdo que:
Da igual cuál es mi destino, lo único que necesito es elegir uno y ponerme a caminar✸
✸ Si te gusta Llamada☎️Perdida, me ayudaría muchísimo que la recomiendes o compartas (🔗aquí). No solo te harán más casito que a mí, sino que además quedarás de interesante por apoyar la creación de contenido indie ✸
🎬 Todo a la vez en todas partes. No digo más. Cuando la veas entenderás por qué la pongo aquí.
📺 La idea de la máquina que te da una tarjeta con tu propósito no es mía, sino de una novela que Apple TV ha adaptado a serie en El premio de tu vida. La aparición de esta máquina trastoca a un pueblo entero y, de pronto, la gente empieza a dimitir para perseguir sus sueños. Esto, obviamente, no le hace gracia a todo el mundo. Una profunda sátira sobre la felicidad y el conformismo, envuelta en un tono ligero.
📖 Que la última novela que he leído tuviera relación con esta Llamada☎️Perdida ha sido una grata coincidencia. La biblioteca de la medianoche comienza con una mujer que, incapaz de cargar por más tiempo con sus arrepentimientos, se suicida. Al morir, aparece en una biblioteca infinita donde cada libro contiene una vida que podría haber vivido. Es una historia que recomiendo especialmente a quienes sienten que sus días carecen de propósito.
📻 Who’s afraid of little old me? es una canción del nuevo álbum de Taylor que habla sobre ignorar las críticas y seguir adelante aunque te infravaloren. Cada vez que la escucho me siento invencible. Espero que a ti también te dé fuerzas para continuar peleando por tus sueños.
✸ Escribir esta Llamada☎️Perdida me ha llevado tiempo, había tantísimas cosas que quería decir que me iba por las ramas. Tratar de resumir el objetivo de la vida en un puñado de párrafos no es sencillo.
Me enorgullece ser alguien que valora sus propios sueños y que invita a los demás a darles una oportunidad a los suyos. Ojalá mis palabras te hayan hecho sentir algo, lo que sea, ya que el primer paso para vivir una vida plena es estar dispuesta a sentirla.
Hala, cuídate mucho.
Alessandra 🥀
Espectacular como siempre 🥰