🎧 ¿Sin ganas de leer? Pues me temo que hoy no hay versión auditiva porque mis fuerzas no dan para más. Eso sí, tienes las anteriores en Spotify.
A ver, ¿por dónde empiezo?
Sé que voy tarde y pensarás que me había olvidado de Llamada Perdida, pero lo cierto es que esta es la tercera que escribo este mes. En la primera hablaba de la toxicidad del modelo influencer; en la segunda reflexionaba sobre las dinámicas de poder de la popularidad. Ambas eran mejores opciones y seguramente más interesantes que este tercer intento, pero hay cosas más importantes de las que os debo hablar y no puedo seguir engañándoos por más tiempo: soy un fracaso.
A veces siento que aburro a los demás con mis problemas, porque en lugar de solucionarse, solo van a más. Así que me callo y sonrío y hablo de otros temas y me centro en cómo está quien tengo delante. Por lo general esto me solía funcionar… hasta ahora.
Uno de los miedos que he desarrollado en estos meses es que me pregunten qué tal estoy y no poder evitar romper a llorar. No porque sea vergonzoso llorar, ni porque reprima mis sentimientos (soy una escritora que expone sus tripas públicamente, está claro que estoy más que de sobra en sintonía con mis emociones), sino porque ya estoy aburrida de ellos. Me aburre llevar tanto tiempo tan mal. Y sé que objetivamente tengo motivos de sobra para estarlo, no es como en otros momentos de mi vida en los que me desbordaba una ansiedad que no procedía de ningún lugar. Mi ansiedad está más que controlada. Es la vida lo que me ha superado. Demasiados golpes por demasiados frentes.
Incluso ha llegado a pasearse por mi cabeza la idea de que estoy gafada, de que tengo un mal de ojo, y eso que ya sabes que soy atea practicante, orgullosa detractora de cualquier tipo de pensamiento mágico. Pero el pensamiento mágico es una condición humana y es normal que nos asalte con mayor intensidad cuando estamos en la puta mierda. Al final necesitamos buscar patrones y explicaciones a lo que sucede, recuperar el control y tildar culpables incluso cuando el único culpable que hay es la casualidad.
Sé que ahora mismo tendrás bastante curiosidad por lo que me ha pasado. Hay cosas que puedo compartir y cosas que no. Todos merecemos privacidad.
Te propongo un juego: imagina una serie dramática sobre una familia a la que solo le suceden cosas malas, tipo Shameless, y ponte en su séptima temporada. Es esa sensación de alzar la cabeza al cielo y gritar con una sonrisa macabra «¿qué puede ir a peor?», para que acto seguido se te muera el hámster. No tengo hámster, aunque si lo tuviera ya estaría descompuesto.
Estos días no deja de resonar en mi cabeza esa frase con la que empieza Ana Karenina: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera».
Recuerdo que de niña pensaba que las familias sonrientes que salen a comer fuera los fines de semana eran un producto tan ficticio como el Ratoncito Pérez o el sueldo Nescafé. Luego crecí y me di cuenta de que al parecer sí existen familias así, quién lo diría. No me malinterpretes, amo a mi familia, pero somos un apellido maldito.
Por mucha práctica que tenga a la hora de lidiar con traumas, tensiones y giros de guion (recordemos que estamos en la séptima temporada, no me pilla de nuevas), esta vez he colapsado. Seguramente recuerdes algún momento en que sentiste que tanta carga era demasiado. Yo pasé ese punto hace años. Ahora me limito a ser una cínica observadora de los acontecimientos que me rodean, incapaz de sorprenderse ante más plot twists. Alcanzar este punto de ebullición emocional conlleva una macabra ironía, pues tanta toxicidad hace que desarrolles el superpoder de marchitar incluso las cosas buenas que te pasan:
En el primer concierto de Taylor Swift disocié las tres horas y sufrí la llamada “amnesia swiftie” (sí, es real, me encanta no recordar el que debería haber sido uno de los días más felices de mi vida); mi segundo concierto y viaje a Escocia, que llevaba más de un año planificando, me pilló enfermísima de Covid; mi intención de ponerme con una segunda novela se encuentra en stand-by al ser incapaz en estos momentos de desarrollar una idea y menos aún sentarme a escribirla; mi malestar me ha llevado a subir de peso justo para la época de piscina y sentirme fatal con mi aspecto (gracias cánones de belleza machistas y gordofobia interiorizada); no dejo de posponer planes con mis amigas, por lo que en silencio temo que terminen hartísimas de mí; y todo se me ha juntado con la búsqueda de editorial para Queratina, algo de por sí estresante para cualquiera porque te obliga a enfrentarte una y otra vez al silencioso rechazo, potenciando todas mis inseguridades a niveles que desconocía que podían alcanzar. Y estas son solo las cosas que te puedo contar, recordemos que el buen chisme está en lo que me callo.
El caso, que me siento un fracaso.
Tengo la impresión de que por mucho que me esfuerce por convertirme en una escritora profesional, jamás lo conseguiré. Todo en mi historia me indica que el descomunal esfuerzo que pongo en mi trabajo, a efectos prácticos, nunca sirve de nada.
Ayer revisé mis viejos correos y vi que cuando era ilustradora envié más de 300 emails con mi portfolio de ilustración, obteniendo cero respuestas, a pesar de saber que mis ilustraciones no estaban nada mal. La ilustración no funcionó, así que me vi en la obligación de aceptar un puesto de diseñadora gráfica y, como yo no hago nada a medias, me volví una experta en todo lo que se puede ser experto en el mundo del diseño: marketing digital, marketing físico, branding, redes sociales, diseño web, copywriting, maquetación, vídeo, diseño de stands, merchandising, productos y un largo etcétera. Si quieres cotillear, aquí tienes mi portfolio de diseño, aunque aviso que está plagado de spoilers. Así, haciendo el trabajo de como mínimo cinco puestos diferentes y siendo la persona más explotada de mi equipo, un día me enteré de que también era con diferencia la que menos cobraba. ¿Cómo te quedas?
Al menos esto me ayudó a decidir dejar ese trabajo y escribir un libro.
Dos años después, aquí estoy con mi maravitupenda novela de 150K palabras (unas 600 páginas que como mínimo servirán de taburete para alcanzar los estantes altos de la cocina). Y aunque haya recibido muy buen feedback por parte de mis lectoras beta, no tengo ninguna garantía de que vaya a ser publicada de la forma que sé que merece. Por mucho que me esfuerce y muy buena que llegue a ser en todo lo que me propongo, nunca he tenido ninguna validación real con nada. ¿Por qué iba a ser diferente en este caso? El mal de ojo, supongo.
Cuanto más tiempo pasa, la reacción de la gente al preguntar por Queratina ha ido mutando de «¡buah, qué valiente eres por dar el salto!» con un tono de admiración, a «bueno, ya sabes que esto es una carrera de fondo…» con un tono de lástima. Porque perseguir tus sueños suena bien, pero solo si los cumples.
Los 300 correos que envié en busca de una oportunidad para ser ilustradora no son nada en comparación con todo lo que estoy haciendo por una oportunidad para convertirme en autora.
De verdad que siento vomitarte todo esto. Supongo que son los chillidos de un animal herido que se encuentra tan al borde del abismo que ya no tiene nada que perder. Sé que me arrepentiré de esta Llamada Perdida, pero ahora mismo necesito sacarla. No puedo escribir nada más mientras siga cargando con todo esto. Me da igual parecer victimista. Me da igual que te dé igual. No busco tu compasión, ni tus palabras de ánimo, te las puedes ahorrar. Este texto no es para ti, es para mí. Una confesión con la que poner las cartas sobre la mesa y preguntarle al universo una vez más: ¿Qué puede ir a peor?
Miedo me da la respuesta ✸
✸ Si te gusta Llamada☎️Perdida, mejor recomienda otro número, porque quien lea este sin conocerme es posible que se asuste ✸
Hoy la única recomendación que tengo es que dejes de usar como consejo «intenta ser más positiva». Tía, llevo siendo positiva 30 años a pesar de tener la vida siempre en contra, permíteme cagarme un poquito en todo cuando está más que justificado.
✸ Hala, cuídate mucho.
Alessandra 🥀
Ya se que no buscas palabras de consuelo con esta llamada perdida, pero no puedo dejar de comentar y me disculpo si no es el mejor momento. Valentía no es solo renunciar a un puesto de mierda y perseguir tus sueños o poner una cara de alegría cuando te estás muriendo. Ser valiente también es exponer tus miedos e inseguridades sin tapujos. Te leo porque eres de las pocas escritoras con las que siento cercanía real, y eso es lo que te hace especial y distinta. Con cada llamada perdida me siento menos sola en este mundo tan complicado. Gracias Alessandra! Espero que todo lo que te atormenta vaya pasando y puedas encontrarte mejor. Fuerza!
Hola "Alexa",
Sigo tu Llamada Perdida desde los inicios (aunque me he "perdido" algunas), pero nunca me había animado a comentar. Tampoco me parecía que tuviese nada que aportar, pero este post sí que creo que amerita al menos unas palabras.
He leído algunas cosas en esta entrada que me resultan muy dolorosas.
Me resulta muy doloroso leer sobre dinámicas familiares tóxicas, porque se de primera mano lo que es y cómo se siente ver que a tu alrededor otras realidades, que por supuesto también tendrán sus dinámicas internas complicadas, son poco menos que la normalidad, y que las familias son capaces de relacionarse de una forma saludable, o al menos que no se perciba tan punzante.
Me duele que a estas alturas de la película todavía tengamos que ser esclavos de los cuerpos normativos impuestos por las lógicas machistas, y que la gordofobia siga campando a sus anchas. Ya no es que todos los cuerpos sean válidos, es que todos los cuerpos son atractivos y tienen el mismo derecho de ser deseados, acariciados, besados, y erotizados. Y, por supuesto, todas tenemos derecho a ser algo más que un cuerpo, y a que nuestro cuerpo no sea más que el vehículo físico de lo que es amado. Si el cuerpo de mi pareja cambia, y eso hace que mi deseo cambie, entonces no es amor lo que siento.
Me duele mucho leer que eras la peor pagada y más explotada de tu equipo. Creo que alguna vez lo he comentado en persona, pero como picateclas al más puro estilo tradicional, el trabajo que hiciste con el rebranding de "esa empresa de la que usted me habla" me parece espectacular, en tanto en cuanto me hizo consciente de la importancia del diseño y la imagen de marca, y como puede influenciar y mejorar aquellos aspectos de nuestro trabajo y del producto que no tienen que ver con lo puramente técnico. Eso no me ocurrió en todos los años anteriores ni con los rediseños anteriores. Así que para mi siempre serás una diseñadora top.
Finalmente, me duele mucho leer que te encuentres en una situación tremendamente injusta, ya que has dedicado una cantidad ingente de esfuerzo en un proyecto sobre el cual hay una incertidumbre tan grande. Sinceramente creo que tus amigas no van a dejar de apoyarte en ningún momento, porque es lo bueno que tiene la familia elegida : sólo van a estar ahí mientras lo quieran. Y, aunque parezca un trabalenguas, si siguen ahí es porque quieren.
No te puedo decir que todo saldrá bien, porque sin tener una bola de cristal eso sería mentir, pero te deseo lo mejor, y espero seguir recibiendo tus llamadas perdidas mucho más tiempo.
Abraçada